El intercambio gozoso
Pilato declara inocente a Jesús
Los dirigentes judíos entregaron a Jesús a Pilato en el Pretorio, donde el gobernador romano se alojaba durante las fiestas de Jerusalén. Pilato actuó de acuerdo con la ley romana, que estipulaba que nadie debía ser condenado sin ser oído. Pilato interrogó a Jesús tres veces y las tres concluyó que Jesús era inocente: «No hallo ningún delito en este hombre» (Lucas 23:4). Pilato sabía que Jesús no era un rebelde político. No se trataba de un caso de alta traición contra el emperador o el Estado.
¿Quién era Poncio Pilato?
Pilato fue gobernador romano sobre Judea durante 10 años, en el período comprendido entre el 26 y el 36 d.C. Pilato era la máxima autoridad de los romanos en Judea. Su cuartel general estaba en Cesarea, pero se quedaba en Jerusalén durante las fiestas para evitar disturbios. Pilato, según los historiadores Filón y Flavio Josefo, era un hombre cruel y corrupto y un gobernante severo, que provocaba bastante a la población judía.

Dos "Jesuces", dos maneras
Pilato hizo todo lo posible por liberar a Jesús. Era la costumbre liberar a un preso durante la fiesta de Pascua ―la fiesta de la liberación―, un gesto de buena voluntad hacia los judíos para ganarse su favor. Marcos menciona que habían encarcelado a Barrabás junto con otros rebeldes por haber asesinado a alguien (Marcos 15:7), Marcos menciona el nombre completo de este delincuente como “Jesús Barrabás”. Jesús significa “Dios salva”, tenemos dos “Jesuces” presentes en esta historia; Barrabás quien era todo lo que Jesús no era: un rebelde violento, y Jesús de Nazareth quien había conmovido a la ciudad curando a los enfermos y resucitando a Lázaro. Los dos no podían ser más diferentes. Uno regía quitando la vida, el otro dándola. Uno era culpable, el otro inocente.


El intercambio
Barrabás simboliza a todos los hijos e hijas perdidos de Adán. Dios mostró a Barrabás y a nosotros su gran amor dejando que Jesús muriera en nuestro lugar. No sé si Barrabás comprendió lo que ocurrió aquel día en el Gólgota. La cuestión ahora es si nos damos cuenta de que Jesús cargó con el castigo que merecíamos para que podamos tener libre acceso a Dios Padre. En la cruz se produjo un intercambio divino: Jesús cargó con el castigo que merecíamos (Isaías 53:5). Jesús cargó con el castigo de Barrabás. Fue Charles Spurgeon quien dijo: «Cristo se convirtió en lo que somos para que podamos ser lo que Él es; puso sobre Él nuestros pecados para que podamos poner sobre nosotros su justicia».

La búsqueda de la redención
Lutero vivía en estrecha relación con la Biblia con la esperanza de convertirse en un cristiano mejor, impulsado por el temor de que Dios le pidiera cosas que él no podía cumplir. Lutero pensaba que era más probable que Dios te aceptara si eras un buen cristiano. Pero, ¿cuándo se es lo suficientemente bueno? En su búsqueda de la salvación, Lutero incluso peregrinó a Roma, donde, como muchos otros peregrinos, subió la Scala Santa, la escalera sagrada. El Papa de la época había proclamado que quien subiera la escalera de rodillas recibiría la absolución de todos sus pecados.
Pablo cita del discurso de despedida de Moisés: «Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón, “¿Quién subirá al cielo?” (esto es, para hacer descender a Cristo)» (Romanos 10:6). Con esto, Pablo quería decir que Israel no tenía que subir al cielo porque Dios mismo había descendido hasta ellos para revelarles su Palabra. Del mismo modo, ahora nosotros no tenemos que subir escaleras hasta el cielo para ser aprobados y aceptados por Dios. Dios ha venido a nosotros en Jesús, la Palabra viva.
El descubrimiento de Lutero
A través de las enseñanzas de Pablo, Lutero descubrió que había malinterpretado completamente la justicia de Dios. Descubrió que en Cristo no nos hacemos justos, sino que Dios nos declara justos:
«Por uno solo que desobedeció a Dios, muchos pasaron a ser pecadores; pero por uno solo que obedeció a Dios, muchos serán declarados justos (Romanos 5:19, NTV)».
«Ahora ya recibieron el baño de la purificación, fueron santificados y hechos justos en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios (1 Corintios 6:11, DHH)».
Ser justo significa que Dios, en unión con Cristo, te ha aprobado y aceptado plenamente como su hijo amado. Pablo dice: «Gracias a Jesucristo, Dios nos ve como personas buenas. Este es el gran don que Dios nos ha dado (Romanos 5:17, traducido de la versión neerlandesa BGT)». Otras traducciones hablan del «don de la justicia». Así que no se trata de tu propia justicia, sino de la suya. Es decir, como Jesús fue aprobado y aceptado por Dios, tú ―en unión con Él― también eres aprobado y aceptado.

El milagro de la reconciliación
El milagro de la cruz es el milagro de la expiación. El significado de la palabra hebrea para ‘expiación’ implica que el deudor le entrega algo a su acreedor en sustitución penal de la deuda, para poder saldarla. Jesús —el Hombre sin pecado— vino a la tierra para cargar con nuestros pecados (los cuales nos separan de Dios).
Al resolver por nosotros el problema del pecado, Jesús hizo posible que volviéramos a la presencia de Dios. A través de esta transferencia o intercambio, se logró la reconciliación. Dios aceptó la sangre de Jesús como contravalor de nuestras propias vidas, para purificarnos y salvarnos.
Que Jesús fuera hecho pecado (y muriera en nuestro lugar) fue el precio que hubo que pagar para redimirnos del pecado. Este intercambio tuvo lugar en la cruz. Esto no se hizo sin Dios, sino que fue dispuesto por Él y según su voluntad, así como lo describe Romanos 5:6-11
