La cruz como ratonera
Texto: Wilkin van de
Una metáfora: El padre de la Iglesia S. Agustín (354-430) comparó la cruz de Jesús con una ratonera para el diablo: crux muscipula diaboli. Utilizó la metáfora de la ratonera para explicar lo siguiente: «Debido a que los hijos de Dios son seres humanos —hechos de carne y sangre— el Hijo también se hizo de carne y sangre. Pues solo como ser humano podría morir y solo mediante la muerte podía quebrantar el poder del diablo, quien tenía el poder sobre la muerte. Únicamente de esa manera el Hijo podía libertar a todos los que vivían esclavizados por temor a la muerte» (Hebreos 2:14-15, NTV). La vida de Jesús fue un cebo para el diablo, que provocó su propia caída.
Agustín dijo en su sermón: «El diablo saltó de gozo cuando Cristo murió. Pero por la muerte de Cristo fue vencido. El diablo se regocijó con la muerte de Jesús. Se creía el jefe de la muerte. Lo que le hacía regocijarse colgaba como un cebo ante él. La cruz del Señor era una ratonera para el diablo. El cebo que lo capturó fue la muerte del Señor». Al lanzarse sobre «el cebo», el diablo cayó en la trampa como un ratón. Jesús fue como un caballo de Troya.

La invasión del reino de los muertos
Si queremos comprender y experimentar plenamente la grandeza de la cruz, es necesario saber lo que ocurrió en el mundo espiritual inmediatamente después de la muerte de Jesús. Él no entró en una especie de sueño del alma, después de lo cual Dios le resucitó de entre los muertos tres días más tarde. Al contrario, Jesús no descansó en paz, sino que se enfrentó a la muerte por nosotros, tras lo cual destronó a Satanás y le despojó de su poder: «Lo mismo que los hijos comparten una misma carne y sangre, también Jesús las compartió para poder así, con su muerte, reducir a la impotencia al que tiene poder para matar, es decir, al diablo, y liberar a quienes el miedo a la muerte ha mantenido de por vida bajo el yugo de la esclavitud» (Hebreos 2:14-15, BLP). El escritor de Hebreos dice que Jesús se hizo humano para poder morir. Al morir, destronaría al diablo, que tenía poder sobre la muerte. Estos versículos nos dicen más sobre lo que sucedió entre la crucifixión y la resurrección. Dios se hizo hombre para morir en nuestro lugar. Al morir, Jesús vencería al diablo, que tenía poder sobre la muerte, en su propio terreno. Para entender esto, necesitamos saber lo que dice la Biblia sobre la vida después de la muerte.


Lo que ocurrió entre la crucifixión y la resurrección
El apóstol Pedro escribe en su primera carta que Jesús fue al reino de los muertos, para dar a conocer a los justos de la Antigua Alianza que habían muerto las buenas nuevas sobre lo que Él había hecho: «Porque Cristo murió por los pecados una vez por todas, el justo por los injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios. Él sufrió la muerte en su cuerpo, pero el Espíritu hizo que volviera a la vida. Y de ese modo fue y predicó a los espíritus encarcelados» (1 Pedro 3:18-19, NVI). Los «espíritus» o «almas» de estas personas estaban presos en el reino de los muertos, que Pedro llama cárcel, tal como lo describe el profeta Isaías: «Y serán amontonados como se amontona a los encarcelados en mazmorra; y en prisión quedarán encerrados, y serán visitados después de muchos días» (Isaías 24:22, JBS). La traducción neerlandesa HSV dice: «Después de muchos días cuidarán de ellos de nuevo». Eso es exactamente lo que ocurrió entre la crucifixión y la resurrección.
El mayor éxodo de todos los tiempos
Cuando Jesús expiró, llegó el momento de la gran batalla final. Unos días antes, había dicho a Felipe y Andrés en la plaza del templo: «Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado. […] Ha llegado el tiempo de juzgar a este mundo, cuando Satanás —quien gobierna este mundo— será expulsado» (Juan 12:23, RVC y 31 NTV). Ese «tiempo» había llegado, el momento de la gran confrontación con el príncipe de este mundo. Jesús sabía que Él saldría como el gran vencedor.
Puede resultar extraño, pero Jesús no podía morir sin cargar con nuestros pecados. Pablo nos instruye: «La paga del pecado es la muerte» (Romanos 6:23). Jesús era y es el Hombre sin pecado. Jesús fue concebido por un milagro sobrenatural, por lo que no nació con una naturaleza pecaminosa. ¿Cómo podría salvarnos si fuera tan pecador como nosotros? El cuerpo de Jesús tampoco estuvo nunca sujeto a los efectos de la Caída. Jesús no estaba condenado a morir. Parece increíble, pero esencialmente Jesús «necesitaba» nuestros pecados para morir. Al cargar con nuestros pecados, Él se entregó al príncipe de este mundo. Fueron nuestros pecados los que le dieron al diablo poder sobre Jesús. Pero ojo, este era el plan de Dios para que Jesús se enfrentara a la muerte en nuestro lugar. Cuando hablamos de muerte en este caso, nos referimos al ángel de la muerte, que está directamente por debajo del maligno en rango (Hebreos 2:14). Pablo dice que «por la transgresión de Adán reinó la muerte» (Romanos 5:17). Este ángel de las tinieblas también tiene un nombre: en griego se llama Apolión y en hebreo Abadón, que significa ‘destructor’ (Apocalipsis 9:11).
Jesús tiene las llaves de la muerte y del reino de los muertos
Jesús aparece ahora más personalmente en el reino de los muertos como el gran Redentor y Libertador. Reclamó las llaves de la muerte y del reino de los muertos (Apocalipsis 1:18). Aniquiló completamente el poder del ángel de la muerte. Este no pudo detener a Jesús. ¡Jesús tiene realmente el poder absoluto en el cielo y en la tierra, sí, su poder se extiende incluso hasta el reino de los muertos! Jesús ponía en práctica el ministerio de liberación, que había ejercido antes en la tierra, ahora también en el reino de los muertos. Todos los justos de la Antigua Alianza fueron liberados de su cautiverio. No sabemos cuánto tiempo duró esta «campaña de liberación» de Jesús. Al menos el tiempo suficiente para esperar a aquel delincuente de la cruz y cumplir la promesa que le había hecho ese mismo día: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23:39-43).


Una sola vez y para siempre
El escritor de la carta a los Hebreos lo expresa de manera hermosa: «Pues Cristo no entró en un lugar santo hecho por manos humanas, que era solo una copia del verdadero, que está en el cielo. Él entró en el cielo mismo para presentarse ahora delante de Dios a favor de nosotros; y no entró en el cielo para ofrecerse a sí mismo una y otra vez, como lo hace el sumo sacerdote aquí en la tierra, que entra en el Lugar Santísimo año tras año con la sangre de un animal. Si eso hubiera sido necesario, Cristo tendría que haber sufrido la muerte una y otra vez, desde el principio del mundo; pero ahora, en el fin de los tiempos, Cristo se presentó una sola vez y para siempre para quitar el pecado mediante su propia muerte en sacrificio. Y así como cada persona está destinada a morir una sola vez y después vendrá el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez y para siempre, a fin de quitar los pecados de muchas personas. Cristo vendrá otra vez, no para ocuparse de nuestros pecados, sino para traer salvación a todos los que esperan con anhelo su venida» (Hebreos 9:24-28, NTV).
Todo está cumplido
La gran obra de redención, a través del sufrimiento, había llegado a su fin. Jesús lo pronunció con esta palabra: ‘¡Cumplido!’. Esta palabra en hebreo viene de la raíz kalal. La palabra hebrea para ‘novia’ (kalá) se deriva de la misma raíz. ¿Podría ser que, en su último aliento, Jesús estuviera pensando en la novia por la que pagó este precio? Ya estábamos en su corazón, ¿por qué no también en sus labios?