Amigo/a, 👍🏼 ¡Quiero!
Continuamos hoy nuestra serie especial de Adviento con el testimonio del leproso que fue sanado por Jesús. Al final de su testimonio, terminaré como siempre con unas pocas palabras de ánimo. Te dejo con su relato:
¿Alguna vez tu mundo se ha venido abajo por una mala noticia? Eso es lo que me pasó a mí cuando vi esa mancha blanca aparecer en mi piel. Esa mancha indicaba que me había contagiado de la enfermedad más temida de mis tiempos: la lepra.
A partir de ese momento, pasé a ser un apestado. Las consecuencias de la enfermedad sobre mi cuerpo eran horribles, pero sorprendentemente eso no era lo peor. Lo peor era el rechazo de la gente.
La mayoría creían que había sido maldito por Dios a causa de mis pecados, y se apartaban de mí. Fui rechazado por todos, y aun los que más me querían, no podían ni siquiera tocarme por miedo a contagiarse también de la enfermedad. Por ley, nadie podía acercarse a mí a menos de una cierta distancia.
No tenía casa, y a duras penas lograba conseguir algo de comida. Era demasiado para mí: solo quería despertarme de esta pesadilla, y que las cosas volviesen a ser como antes.
Un día, sin embargo, una pequeña esperanza brotó en mi corazón. Mi hermana, que era una de las sirvientas presentes en la boda de Caná, me contó que un tal Jesús, de Nazaret, había hecho un milagro nunca antes visto: había convertido el agua de las tinajas de la purificación en vino. ¡Ella misma había llenado esas tinajas con agua! Incluso el maestresala del banquete dijo que era el mejor vino que había probado nunca.
Tenía que encontrar a Jesús, mientras todavía estaba en la región. Pregunté a algunas personas, y finalmente di con Él. Sus discípulos me amenazaron para que no me acercase, pero Jesús les calmó, y se acercó a mí.
Hice algo que para un leproso es muy peligroso: me puse de rodillas. Jesús era mi única esperanza, así que era el momento de entregarlo todo. Le rogué: “Señor, si quieres, puedes limpiarme” (Mateo 8:2-4).
Con sus tiernos ojos fijados en mí, me dijo: “Quiero. Sé limpio”, mientras ponía su mano en mi hombro. ¡Hacía tanto tiempo que nadie me tocaba! Empecé a llorar, mientras sentía el amor y el poder de Dios recorriendo mi cuerpo. Todas mis heridas empezaron a cerrarse, y en cuestión de segundos mi piel entera había sido restaurada. ¡Jesús me había sanado!
Ese día recuperé mi vida, pero más aún, encontré la Vida.
Ya no soy más un leproso, porque he sido elegido por Jesús.
Amigo/a, Jesús sabe perfectamente la situación por la que estás pasando, así como cuáles son tus dolores y tus necesidades. Él, en este día, desea escuchar tus peticiones, y contestarlas con un gran “¡Quiero!”: “¡Quiero sanarte!”, “¡Quiero guiarte!”, “¡Quiero bendecirte!”... Derrama tu corazón delante de Él en este día y a lo largo de esta temporada de Navidad, y déjate tocar por Su poder y Su amor.