🤵🏻 No soy el dueño… soy siervo

Saludos y bendiciones en esta nueva semana, que nuestro buen Dios y Padre eterno esté llenando tu vida de gracia y amor.
Amigo/a, déjame hacerte una pregunta para comenzar esta serie. ¿Sabes cuál fue la primera mentira del enemigo? La primera mentira fue hacernos creer que no necesitamos a Dios, que podemos ser como Él.
Esa fue la trampa en la que cayeron Adán y Eva… y, si somos honestos, es en la que seguimos cayendo nosotros. Una y otra vez intentamos convencernos de que “sabemos más”; que “no necesitamos rendirnos a Él”, que “podemos con nuestras fuerzas”. Basta con leer Génesis 3 para entender cómo termina una persona que se llena de esos pensamientos.
¿Qué encontramos en Génesis 3? El ser humano experimentó por primera vez: miedo, vergüenza, fragmentación espiritual. A partir de ahí comenzó todo el dolor que hoy conocemos: la ansiedad, la frustración, el vacío, el vivir sin sentido. Ese es el precio de querer ser los dueños de nuestra propia vida.
Por eso, esta semana quiero hablarte acerca de la alegría que produce una vida rendida a Cristo. Una vida rendida a quien merece ser rendida: el Rey de Reyes y Señor de Señores. Este tipo de vida produce un tipo de gozo que no depende de las circunstancias.
Nos basamos en el capítulo 1 de la carta a los Filipenses. De hecho quiero animarte a que leas esta pequeña pero poderosa carta de tan sólo cuatro capítulos, conocida como: la carta del gozo.
Esa carta comienza con Pablo diciendo: Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús…
La palabra griega que se utiliza para “siervos” es: doulos. Esa palabra significa: esclavo voluntario. No lo dice con vergüenza, sino con gozo. Pablo había entendido que mientras él era el amo de su propia vida, causaba daño (como cuando perseguía cristianos), pero desde que rindió su vida a Cristo, conoció el verdadero gozo.
Y aquí está la primera enseñanza para ti y para mí:
- Yo no soy el señor,
- Yo no soy el dueño,
- Cristo es el Señor, y yo soy su siervo.
- Él, con su sacrificio me hizo libre.
Cuando probamos su amor, decidimos quedarnos con Él y experimentamos la verdadera libertad. Sin duda no hay mayor gozo que este.
Amigo/a, Jesús pagó por ti, pero no para obligarte a servirle sino para liberarte. Y cuando entiendes esa verdad, con gran entusiasmo puedes confesarle: “Señor, me quedo contigo.”

