Amigo/a, 🌿 ¡Hosanna!
Solo faltaban unos días para que tuviese lugar la Pascua, la mayor de las fiestas en el calendario judío, y la más importante del año. Todos los que podían, viajaban a Jerusalén para celebrarla allí junto a sus seres queridos.
Estaban listos para celebrar cómo Dios había salvado al pueblo de Israel de la muerte, y cómo les había liberado de la esclavitud de los egipcios unos 1.400 años antes. Sin embargo, ninguno de ellos sabía lo que Dios estaba a punto de hacer: iba a liberarlos de nuevo, pero esta vez con una libertad total sobre el pecado y la muerte.
Jesús se dirigía a Jerusalén montado en un burrito, y cuando estaba a punto de entrar en la ciudad, ¡la multitud no pudo resistir los deseos de aclamarle! Empezaron a echar sus mantos a los pies de Jesús, y todos empezaron a aclamarle con gran alegría, diciendo: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mateo 21:9). La gloria del Señor inundó ese lugar por unos momentos, a tal punto que si la multitud no hubiese aclamado a Jesús, ¡las piedras lo hubiesen hecho en su lugar! (Lucas 19:40).
Sin saberlo, la multitud estaba declarando la salvación de Dios que iba a venir a través de Jesús. Él era el Rey Salvador. Los reyes generalmente luchan en caballos y sacrifican en batalla la vida de su pueblo para conseguir la victoria; pero este Rey cabalgaba humildemente sobre un simple burro, dispuesto a sacrificarse por su pueblo, para obtener la mayor victoria de la historia. ¡Y el Cielo no iba a dejar que eso pasase inadvertido!
Amigo/a, la multitud no sabía por qué aclamaba, ¡pero tú y yo sí lo sabemos! Levanta tu voz conmigo en este día y dale gracias a Dios por venir a salvarte, por su amor tan increíble por ti. ¡Hosanna en las alturas! ¡Gloria al Rey de reyes, y Señor de señores, a nuestro Rey Salvador, hoy y siempre!