Amigo/a, 📝 ¡he perdido la cuenta…!
Cuando recibes muy buenas noticias, ¿cuál es tu primera reacción? Puede que tengas varias. En mi caso, una de las primeras es gritar de alegría, y llamar rápidamente a un ser querido para compartir con él/ella lo que me acaba de ocurrir.
Piénsalo: si ahora mismo alguien te regalase una casa preciosa en la playa, ¿no tendrías ganas de saltar de alegría, y de agarrar el teléfono para empezar a contarle a tus seres queridos lo que esa persona acaba de hacer? Eso es lo que pasa cuando nuestro corazón se siente agradecido por lo que hemos recibido de parte de Dios: esa gratitud nos empuja a contárselo a los demás.
Mira lo que decía el rey David en uno de sus salmos: “Lavaré en inocencia mis manos, y así andaré alrededor de tu altar, oh Jehová, para exclamar con voz de acción de gracias, y para contar todas tus maravillas” (Salmo 26:7).
Me encanta el verbo “contar” en este pasaje, porque puede entenderse de las dos maneras: tanto contar a los demás, como el hecho mismo de contar las maravillas de Dios, de recordarlas todas.
¿No había en tu corazón esa sensación maravillosa cuando conociste al Señor, esa paz y bendición que te llevaba a pensar en Él todo el tiempo, y a querer compartir con el resto el tesoro que habías encontrado?
Amigo/a, ¡cuenta las maravillas de Dios en tu vida! Cuando empieces a recordarlas, ¡te invadirá un deseo profundo de alabar y de dar gracias a Dios por todo! Y cuando empieces a contarlas a los demás, ¡podrás ver cómo Dios usa tus palabras y tu testimonio para tocar y bendecir también a otras personas! ¿Acaso no es glorioso?
Te invito a que recuerdes hoy todas las cosas maravillosas que Dios ha hecho en tu vida, y a que las compartas con otras personas, para gloria de Dios, y para así poder animarlas en la fe.
¡Sí, nunca dejes de contar Sus maravillas!