Amigo/a, el Señor nos dice: "¡Id y haced discípulos!"
Dios no se conforma con hacer de ti un(a) discípulo(a): Él te capacita para que tú, a tu vez, hagas también discípulos allí donde estés.
La mayoría de nosotros somos el fruto de la oración, el compromiso y el amor de otros cristianos, de otros discípulos de Jesús que se preocuparon por nosotros y nos llevaron a conocer la salvación del Señor. Y ahora, somos responsables de hacer brillar esa misma luz en nuestro entorno.
En mi libro “Conexiones Divinas” cuento cómo, cuando era un joven cristiano, Dios me llamó a ser una luz en las naciones. ¡Créeme, si me hubieras visto en aquellos tiempos jamás hubieras “apostado” por mí para ser alguien que sirve al Señor! Pero Dios veía ya cómo iba a ser. ¡Muy a menudo Él tiene más fe en nosotros que nosotros en Él!
Jesús se acercó y dijo a sus discípulos: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28:18-20).
¡Un verdadero discípulo hace discípulos! Jesús nos mostró esa realidad con su mismo ejemplo: durante 3 años enseñó a las multitudes, pero, sobre todo, se centró en formar a doce discípulos de una manera muy cercana. Los capacitó de tal manera que ellos pudiesen, a su vez, formar a otros discípulos.
Esto es exactamente a lo que somos llamados. Y quizá te preguntes: ¿y eso, cómo se hace? Puedes hacerlo:
- ayudando a alguien a descubrir la fe,
- tomando el tiempo necesario para acompañar a alguien en sus primeros pasos como cristiano,
- ayudándole sin juzgarle,
- dándole ejemplo,
- orando sin cesar por él/ella.