🔎 El desierto: donde Dios te encuentra
Este año, para mí, ha sido muy intenso: lleno de actividades, compromisos, viajes, programas, enseñanzas, predicaciones, talleres, etc.Mi mente ha estado constantemente ocupada pensando en lo que sigue.Y eso ha provocado que, en casa, más de una vez, no me doy cuenta cuando mi esposa me está hablando. A veces, incluso en medio de una conversación, me pierdo en mis pensamientos, hasta que ella pregunta: “¿Me estás escuchando?”Y allí me doy cuenta de que realmente no estaba escuchando.¿Te ha pasado?
La verdad es que lo mismo nos ocurre con Dios. Hay tanto ruido en nuestra vida agitada que, aunque Él habla una y otra vez, nuestro corazón, mente y alma están tan saturados que no logramos escuchar Su voz. Y mientras tanto, Dios sigue preguntando: “¿Me escuchas?”
Los desiertos son esos lugares a los que Dios nos lleva para silenciar el ruido y enseñarnos a escuchar. Lejos del ritmo acelerado, nos encontramos en un espacio donde Su voz se vuelve nítida.
Así sucedió con Moisés.
Moisés creció como príncipe en el palacio del faraón… demasiadas voces, demasiadas distracciones.Luego, al ver la injusticia hacia Su pueblo, reaccionó impulsivamente.Más ruido.Temiendo por su vida, huyó, y Dios guió sus pasos al desierto.
Moisés no estaba buscando a Dios… pero Dios sí estaba buscando a Moisés.En lo ordinario del desierto, mientras cuidaba a las ovejas, Dios encendió una zarza ardiente para hablarle.
“Un día, Moisés estaba cuidando el rebaño de Jetro, Su suegro, que era sacerdote de Madián, y llevó las ovejas hasta el otro extremo del desierto, hasta llegar a Horeb, la montaña de Dios. Estando allí, el ángel del Señor se le apareció entre las llamas de una zarza ardiente.” (Éxodo 3:1-2, NVI)
Amigo/a, el desierto no es un error; es una cita divina.Dios mismo te lleva allí para encontrarse contigo. Cuando se apagan otras voces, cuando se detiene el ruido… Su voz se vuelve clara.
Si hoy te sientes en un tiempo de desierto en tu vida, quiero invitarte a que pongas atención. Seguro podrás escuchar la voz de Dios diciéndote: “ Amigo/a, ¿me puedes escuchar?”
