Amigo/a, ¡cuéntale tus secretos!
¿Recuerdas aquella historia que compartí hace algún tiempo sobre mis pies? Quizá no la llegué a compartir contigo, así que por si acaso te la voy a volver a contar =)
Una vez fui a jugar al fútbol con las zapatillas equivocadas. Podía sentir en mis pies el dolor y el rozamiento que me estaban provocando, ¡pero no quería perder esa oportunidad de jugar con mis amigos! Me lo pasé muy bien, pero cuando llegué a casa, tenía los pies destrozados.
Me encontraba, de hecho, en un dilema: por un lado no quería ver cómo se encontraban mis pies, porque sabía que lo que me iba a encontrar ahí no iba a ser agradable, y además iba a ser doloroso. Pero, por otro lado, me sentía incómodo, y deseaba poder confrontar la situación y desinfectar mis heridas.
Tras descansar un rato, eso es exactamente lo que hice: me quité los zapatos y los calcetines, y pude ver mis pies llenos de rozaduras y heridas. Puse mis pies bajo el grifo de la ducha para limpiarlos, y finalmente los desinfecte con agua oxigenada. ¡El escozor que sentí fue enorme! Pero, a la vez, fue tan refrescante, y luego me sentí taaaaaan bien =)
Quizá tienes heridas del pasado en tu alma, ya sea por pecados, traiciones, resentimientos, amarguras o cualquier otro motivo. Sé que confrontarlas es doloroso, y que quizá te has acostumbrado a dejar que estén secretamente escondidas en el fondo de tu alma; pero a la vez es incómodo sentirlas siempre de fondo: no hay nada mejor que exponerlas, y dejar que la frescura de la Presencia de Dios las limpie y las sane.
El rey David, de hecho, dice: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día…” (Salmo 32:3). Amigo/a, ¡cuéntale todos tus secretos a Dios! Hoy tienes la oportunidad de contarle todas las cosas que están atravesadas en tu alma, y de dejar que Él te limpie y te sane. Sí, quizá te asuste un poco pensar en ello, y puede que escueza cuando lo hagas, pero el resultado final ¡merecerá tanto la pena!