Amigo/a, ❤️ ¡Una lección de humildad!
Recuerdo con claridad aquellos primeros días de matrimonio, cuando enfrenté mi primera pelea (intercambio de ideas para no llamarlo discusión) con mi esposo. Llegado el momento de reconciliarnos, me encontré ante el reto más arduo: pedir disculpas por las palabras que, con conciencia pesada, sabía que lo habían lastimado profundamente.
Amigo/a, ¿alguna vez te has visto en la situación de herir a alguien y, en medio del arrebato, darte cuenta de que te equivocaste en tus palabras? En momentos de ira, es común expresar comentarios hirientes sin evaluar las consecuencias. La clave reside en aprender a pedir perdón y preservar la conexión en nuestras relaciones.
Descubrí que más allá de determinar quién tiene la razón, lo fundamental es mantener una conexión saludable.
Reconocer mis errores se convirtió en una lección valiosa, comprendí que la humildad y la disposición para disculpar son pilares esenciales como hijos amados de Dios. Ya lo dice su palabra en Colosenses 3:8 (RVR1960): "Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca". Pablo nos exhorta a que nos despojemos del viejo hombre, ten en cuenta que ahora somos nueva criatura.
Amigo/a, ¿qué piensas acerca de esto? ¿Cómo responderías si tienes que pedir disculpas o pedir perdón? Reconocer que te has equivocado implica mucha valentía y humildad.
Hoy, toma un momento para pedir al Espíritu Santo y reflexiona sobre aquellas personas o seres queridos a quienes podrías haber lastimado. En un acto de oración sincera, pídele perdón a Dios por cualquier daño causado. ¡Decide seguir el ejemplo de Jesús!
Oremos: “¡Me rindo ante ti, Señor. Ayúdame a seguir tu ejemplo! Perdóname si he herido a alguien con mis palabras o acciones. Ayúdame a restaurar esas relaciones. ¡Gracias por hacerme una nueva criatura! Amén.”