Amigo/a, 👣 ¡SÃgueme!
Continuamos hoy nuestra serie especial de Adviento con el testimonio de Mateo, el recaudador de impuestos. Al final de su testimonio, terminaré como siempre con unas pocas palabras de ánimo. Te dejo con su relato:
He de reconocer que siempre he sido un poco particular. Si tuviese que describir mi mundo a otra persona, podría decir que se basa todo en números, patrones y lógica. Desde pequeño, mi talento para las matemáticas fue evidente, y eso me permitió convertirme en el recaudador de impuestos de mi región.
Por una parte tenía una buena vida, ya que mi puesto venía con una muy buena paga. Pero, por otro lado, era constantemente rechazado. Mis hermanos judíos me odiaban, ya que para ellos me había convertido en un traidor que trabajaba para los invasores romanos, y que, además, les hacía la vida más complicada. ¡Hasta mi familia me había dado la espalda!
Dios sabe que no era mi intención hacer daño a nadie. Solo quería hacer bien mi trabajo, que era llevar bien las cuentas. Fue de esta manera que conocí a Simón y a su hermano Andrés. Su deuda con el imperio romano era masiva, una de las más grandes que había visto hasta la fecha.
El pretor romano de Capernaum, Quinto, quería encarcelar a Simón, pero me pidió que le espiase primero, para ver si tramaba algo. Es así como fui testigo del milagro que hizo Jesús esa mañana en la playa con los peces.
Por primera vez en mi vida, sentí que los números ya no eran la medida perfecta para definir el mundo. Había visto algo imposible, algo que no tenía sentido para mi mente y que los números no podían explicar. Tan imposible como ver caminar a aquel paralítico al que Jesús sanó tan solo unos días más tarde. Vi con mis propios ojos cómo lo descolgaron por el tejado, y cómo Jesús lo sanó al instante.
Mi mundo, que previamente había estado tan ordenado, se caía a pedazos, y ya no sabía qué rumbo tomar. Hasta el día en el que Jesús pasó por el puesto de recogida de impuestos en el que solía trabajar. Puso sus ojos en mí, y me dijo: “Mateo, hijo de Alfeo: ¡Sígueme!” (adaptado de Marcos 2:14). A diferencia del resto de judíos, Él no me rechazaba; por el contrario, me estaba invitando a unirme a Él.
No lo pensé ni un segundo. Dejé mi puesto, le di las llaves al escolta romano, y di el mayor salto de fe de mi vida: seguir a Aquel que me había aceptado. Mi vida tiene ahora un rumbo, y un propósito.
Me llamo Mateo, hijo de Alfeo, y he sido elegido por Jesús
Amigo/a, quizá tu vida no tiene tampoco un rumbo claro, y puede que experimentes el rechazo de los que te rodean. Pero, aun cuando todo parezca venirse abajo, tienes a alguien a quien puedes seguir. Igual que la estrella guió a los sabios de oriente, Él te está llamando a seguirle en tu día a día, y a dejarte guiar por Él. ¿Aceptarás la invitación? Él es tu mejor amigo.