Amigo/a, ¡no menosprecies el maná! 🥖
Cuando pienso en la murmuración, el ejemplo por excelencia que me viene siempre a la mente es del pueblo de Israel en el desierto.
Dios había llamado a Moisés, y a través de él hizo señales y milagros impresionantes, a tal punto que el faraón, finalmente, decidió dejó marchar al pueblo de Israel. ¡El pueblo de Israel atravesó el Mar Rojo como por tierra seca, mientras que los egipcios que intentaban alcanzarles fueron anegados!
El pueblo de Israel había visto milagro tras milagro, pero aún así, muchos de ellos no dejaban de quejarse y de murmurar, tanto contra Moisés como incluso contra Dios. ¡Cómo es posible!
Estas son, entre otras, las consecuencias de la murmuración:
- La murmuración es desagradecida. El pueblo de Israel, cuando estaba en el desierto, se quejaban contra Dios por el maná, porque lo encontraban insulso comparado con la comida que tenían en Egipto. ¡No veían que Dios estaba cada día haciendo un milagro en sus vidas, haciéndoles llover pan del Cielo! (Números 11:4-6).
- La murmuración produce ceguera y sordera espiritual. En el pasaje de antes, la distorsión de la realidad llegó a ser tan grande que casi que recordaban Egipto con cariño, olvidando que habían sido esclavos.
- La murmuración mata la fe, y endurece el corazón. Como dice la Biblia: “pero aborrecieron la tierra deseable; no creyeron a su palabra, antes murmuraron en sus tiendas, y no oyeron la voz de Jehová” (Salmo 106:24-25). Genera incredulidad, una actitud crítica, y cierra los oídos para poder escuchar la voz de Dios.
Amigo/a, líbrate de toda forma de murmuración. La murmuración es un veneno para tu vida, una trampa mortal para tu alma: no dejes que se meta en ninguna de tus conversaciones.
“Señor, quiero estar lo más lejos posible de cualquier forma de crítica o de murmuración. Ayúdame a ver todo con Tus ojos, y ser siempre agradecido, atento, con un corazón abierto, y dispuesto a bendecir a todas las personas que se crucen por mi camino. ¡Guíame en todo, y lléname de Tu Presencia! En el Nombre de Jesús. ¡Amén!”