¡Vas a cruzar esta niebla!

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¿Has cruzado alguna vez a través de la niebla? Esto puede ser perturbante, incluso peligroso si conduces. De igual manera, puede llegar a ser deprimente, sobre todo si dura varios días. En ciertas regiones del mundo como en las pequeñas islas de Saint-Pierre et Miquelon (cerca de Canadá),  donde un amigo mío mío vivió, la niebla puede durar mucho tiempo.

La niebla se parece al humo, a una pantalla más o menos opaca, a un velo. En realidad, la niebla está constituida de numerosas gotitas de agua que reducen la visibilidad sobre el suelo a algunos metros. Al final, la niebla es como una nube que toca la tierra. No sé tú, pero con tiempo de niebla a mí no me gusta mucho ir por carretera: no se ve gran cosa, la conducción se ralentiza… Prefiero conducir cuando hay un sol espléndido, con el cielo bien azul; es decir, cuando veo claramente la ruta a seguir.

La niebla de la que yo quiero hablarte hoy no es precisamente un fenómeno meteorológico. Este velo que tapa la carretera, que esconde el porvenir, lo experimentamos todos en un momento u otro de nuestra vida, especialmente cuando no estamos seguros de qué carretera tomar, o de lo que hay al final del camino, cuando hemos perdido el rumbo…

Es ahí donde la Palabra de Dios toma toda su importancia cuando nos dice:

“Y Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni te intimides” (Deuteronomio 31:8).

Este y otros tantos versículos nos recuerdan que Dios está en control, que la niebla se puede cruzar, y que llegará el momento en el que terminará por disiparse.

Amig@ mí@, no es más que una nube pasajera. Dios, por el contrario, es intemporal, eterno, invencible. Dios no nos deja, no duerme, no cambia.

Con Él puedes atravesar todas tus nieblas. Agárrate al Señor, a Su Palabra, y cruza con fe: verás que se disipa la niebla, y cómo vuelve a aparecer el sol :-)

Gracias por existir,
Eric Célérier

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